sábado, octubre 19, 2013

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 30.



-¡Estad atentos! – gritó el jefe de la policía antinarcóticos por el micrófono a los agentes que ya comenzaban a rodear la casa.

Mike y Alejandro habían comenzado a escuchar movimiento ahí dentro, poniendo en guardia a todos los que estaban apostados en ese lugar.

-A ver… ¿Tienes algo que decirnos? –Fabrizzio miró directamente a los ojos a Max para luego colocarse tras de él mientras observaba a Aida de reojo.
-Ya le dije a ella todo lo que sé – masculló Max – Ahora… ¡déjennos en paz!– exclamó, intentando mirar a la cara a aquel ser despreciable que tenía tras de él.

-¡Vamos! – ordenó Osman tomando de un brazo a Aída para llevarla hasta donde estaba el portátil.
-Déjenla. Yo les diré lo que tanto les importa saber – suplicó Max. Deseando que a Aida no le fueran a hacer daño. La miró con desesperación mientras ella hacía de todo para evitar que Osman la viera de frente… pero no lo logró.

-¡Pero que..! – exclamó Osman al mirarla a los ojos. Tragó saliva, su cuerpo comenzó a temblar y los recuerdos se abalanzaron sobre su cabeza en cuestión de segundos.

Aquella mujer lo había visto. Sabía de sus raras inclinaciones. Por eso había huido de su pueblo abandonándola a su suerte, a ella y a su pequeña hija Sara.

Aída le devolvió la mirada, fulminándolo. La última vez que se habían visto había sido para despedirse de su hija. El no podía hacer nada, a pesar de las amenazas de ella de decir todo lo que sabía. El la convenció de que si hablaba no tan solo moriría la niña sino también él. Aída se tragó su rabia y tuvo que acceder a lo de ser “burrera” y viajar hasta el otro lado del mundo cargada con aquella maldita droga que ahora la tenia en aquella situación.

Ahora si podría vengarse. Ahora era él quien estaba en sus manos.

A su memoria llegaron las imágenes donde descubrió que su marido de entonces gustaba de vestir con ropa interior de mujer y maquillarse la cara.

Una tarde, al volver de las compras, cuando suponía que no habría nadie en casa, lo encontró junto a otro hombre. Era tan alto y macizo como él. Osman se encontraba semidesnudo, vestido con la ropa de ella, la boca toda mal pintarrajeada y bailándole seductoramente a aquel desconocido.
Desde aquella tarde nunca mas había vuelto a golpearla, aunque ganas no le faltaban. Había sido descubierto en su verdadera condición y no se lo perdonaba. Pero más le temía a la mafia en la que ya estaba involucrado hasta las patas. Si ellos se llegaban a enterar de sus extrañas costumbres sin duda el jefe, Fabrizzio, lo mandaría a matar sin antes torturarlo como lo había visto hacer con otras personas antes para luego hacerlas desaparecer misteriosamente.

Osman le suplicó  con la mirada que no dijera nada. ¡Faltaba tan poco para terminar su misión y por fin alcanzar sus metas! No podía permitir que ahora todo fallara. El hombre de su vida lo estaba esperando. El mismo con el que lo encontró Aída hacia algunos años antes. Se irían a vivir lejos de todos quienes podrían conocerlos y serían felices al fin juntos.

- ¡Por favor mujer! – pensaba -  no digas nada

Aída entendió el mensaje y de inmediato pensó en sacar partido de esta posición tan ventajosa. Aunque estaba todavía Emma. La había escuchado gritar y lamentarse pero aun no la había visto.

Afuera todo estaba dispuesto. Hombres apostados sobre los tejados por el frente y por detrás de la propiedad, atentos a la orden de disparar y cubrir las espaldas de los que allanarían la morada en cualquier momento.

Los humildes pobladores sabían desde siempre quienes habitaban aquella casa pero les temían. Un anciano del lugar les hizo la guerra cuando recién habían llegado pero lamentablemente lo habían asesinado una noche en su casa y frente a su familia.

Con acciones de ese tipo lograron atemorizarlos y nunca más alguno de ellos quiso alzar la voz para expulsarlos del barrio.

Ahora estaban calladitos, escondidos en sus casas. Rogando que todo terminara luego y poder volver a vivir tranquilos y en paz para volver a caminar sin temor por aquellas calles y parques que los había visto crecer.

Max no dejaba de pensar en como proteger a Aída. Intentaba adelantarse mientras los llevaban hacia el comedor para darles alcance rápidamente y así evitar cualquier intento de que la dañaran.

- Dale las claves  - ordenó Fabrizzio a Max
- 5…5… - Max intentaba ganar tiempo tomándose unos segundos antes de continuar con los siguientes números.

Emma, tirada en el suelo, pudo ver pasar a Max y a Aída. La reconoció de inmediato. Quiso gritar y desenmascararla pero los golpes recibidos la dejaron sin fuerza y casi sin aliento. Se comenzó a arrastrar como pudo hasta donde todos estaban reunidos. Iba lentamente acercándose cuando escuchó:

-Quiero que me asegure que una vez que le de las claves dejarán en paz a Consuelo y a mi hijo – dijo Max repentinamente. Aída se lo quedó mirando atónita.

Alejandro, desde afuera, solo atinó a cerrar sus puños con fuerza y apretar los dientes. La rabia que sintió, los celos que le provocaba saber que aquel hombre podría arrebatarle el amor de Consuelo le hicieron perder un poco de razón y decidió salir a enfrentarse cuerpo a cuerpo con los maleantes.

-¡Alejandro No! – le gritó Mike. Pero ya era tarde. Alejandro se había puesto el chaleco antibalas y se aproximaba sigilosamente al campo de acción.

-Si ella lo ama a él... pues bien – se dijo – Su felicidad será la mía.

Alejandro ahogó la pena que sus propias palabras le habían provocado y se parapetó tras el auto mas próximo a la casa donde estaban los delincuentes.

Mike, al verlo tan decidido, recordó que de niños, cuando se conocieron en aquella clínica de rehabilitación, se habían hecho la promesa de cuidarse y protegerse como hermanos. No podía dejarlo solo en aquellos momentos. Decidió que él también sería parte de los que entrarían a capturar a los mafiosos, y así lo hizo.

-¿Que creías?. ¿Que te dejaría solo en estos momentos para llevarte todo el crédito tu solito?  Jajajaja – Mike intentaba distender aquella situación extrema en la que el destino los había colocado. El también pensaba en Rosario en aquellos momentos y en que él solo le hacía daño a quien amaba y siempre terminaban por abandonarlo. No quería que esto le volviera a suceder y menos con ella.

Emma escuchó que Consuelo continuaba viva y eso la descolocó. ¡Cuánto la odiaba!

Con seguridad las cosas que le habían pasado a ella a Consuelo jamás le habrían sucedido. La odiaba, la odiaba tanto que deseó verla muerta en ese mismo instante por sus propias manos.
-Ella no saldría bien de todo esto. No será feliz – susurraba desde el suelo – Ella nunca será feliz mientras yo viva – se dijo.
No alertó a los hombres de que Aida era su compañera de celda en la prisión y que podría estar trabajando para la policía.

-De todas formas me matarán – pensó – Prefiero que muera ella. La negra me da igual y su puta mafia ¡se pueden ir a la mierda! – gruñía Emma, mientras se movía sigilosamente hasta lograr volver a la habitación donde Fabrizzio la había torturado, logrando encontrar lo que buscaba.


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10/11/2010

3 comentarios:

  1. Ay dios, que es lo que busca Emma. La muy... ni medio muerta para quieta.

    Pues lo dicho que esta trama atrapa, envuelve, esta llena de acción, de incertidumbre de realidad pura y dura.

    Un beso

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  2. Sandrita!!!! como actualizas!! jeje

    Te dejo un abrazote querida, te sigo leyendo!

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  3. Por aquí ando entre tus cosillas, en esta tarde de sábado... Pasa un buen fin de semana.

    Saludos y un abrazo.

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