Max, apoyaba su cabeza en la ventana. Sus ojos grises, casi transparentes, parecían perdidos en algún punto que solo él conocía.
- ¿No bajarás a comer hijo?
- No tengo hambre tía. Debo estudiar. Luego bajo si?
- ¿Qué pasa? ¿Todo bien?
- Todo bien tía. Ya ve a comer tranquila que el tío se preocupará.
Max se volvió sonriendole. Cuando él hacía eso parecía que todo a su alrededor se iluminaba. Isabel se sintió aliviada.
Su sobrino siempre le había traído algúno que otro inconveniente. Desde que sus padres murieron, cuando él aun era un crío, ella y su esposo tuvieron que hacerse cargo. Eran ya mayores. Habían decidido no tener hijos por el significativo costo que aquello acarreaba y así habían vivido relativamente en paz, hasta que llegó este chiquillo de 5 años, de rebeldes cabellos color fuego e, increíblemente, casi con las mismas tonalidades de este. Era todo un freaky, pero tan tierno y juguetón y con unos ojitos tan tristes que definitivamente lo amaron desde el primer momento y lo mimaron tanto que se lo permitían todo.
Un leve cosquilleo sintió sobre su espalda. Siempre le sucedía cuando se sentía como esa tarde. Cada vez que algo le molestaba, le irritaba sobre manera o le provocaba una profunda pena.
Aquella mañana había sido esa chica de mirada dulce. Hacia mucho tiempo que no le sucedía. Pero ahora lo sentía en cada poro de su piel. Ahí estaba su llamado, le pedía ayuda a gritos y él no pudo dársela.
De pequeño eran unas pequeñas alas que nacían desde la parte baja de su espalda. Ahora eran grandes y majestuosas. El era un tipo muy alto y sus alas eran capaces de cubrirlo por completo.
Sus tíos se dieron cuenta de esa particularidad casi de inmediato. Luego de la primera impresión fue el mismo niño quien tuvo que hacerles entender lo que era, quien y por qué creía que estaba ahora ahí con ellos en vez de con sus padres.
Él ya no tenia dudas. Era ella. Esa niña y su familia los causantes de que ahora sus padres ya no estén con él.
Las piezas del rompecabezas comenzaban a tomar forma. Debía actuar.
Luego que unas breves y gruesas lágrimas color azul brotaran de sus ojos, las alas se replegaron hasta desaparecer. Se sentó sobre la cama llevando consigo viejas fotografías de cuando era pequeño.
Recordó aquella mañana en que su madre lo llevaba apurada al colegio. Llevaba puestos sus tacones rojos que a él tanto le encantaba escuchar como sonaban. Ella era una mujer muy hermosa. Tenia sus mismos ojos aunque el color de pelo lo había heredado de su padre.
Esa mañana algo raro había sucedido. Escuchaba sus tacones y susurros detrás de la puerta
- Debemos advertirle Mario, por favor. Marta la va a traicionar
- No nos creerá. Además aun están de viaje. Gualberto no contesta mis llamadas
- Esa mujer está loca. Tiene una fijación con Fabiana. ¡Si te contara todo lo que le hizo! ¡Y ahora esto!
- Cálmate por favor. Ellos pueden sospechar ya de nosotros. Recuerda que no pueden saber nada acerca de Max
- Si lo se.
- Mañana, Julia, mañana. Tengo listos los pasajes y nos encontraremos con ellos en donde estén. Es menos peligroso para todos estando lejos de aquí. Por ahora no haremos nada ¿de acuerdo?
- Tienes razón. Pienso en esa pobre criatura, Cecilia. Temo tanto por ella Mario. Si algo le sucede a ellos ¡qué será de esa pequeña niña! La bruja de su abuela... ¡y sus tíos! ... no me quiero imaginar.
Max recordó que al escuchar su nombre algo se removió dentro de él. Cerró lo ojos y sintió que "Cecilia" olía a sus galletas favoritas. Sonrió.
- Mamy... ¿quien es Cecilia? .... ¿La puedo conocer? ..... Me gusta
Mario y Julia se volvieron a mirarlo asustados
- ¿Qué haces aquí pequeño intruso eh? ¿Estas listo para el cole? Ya vamos que es tarde
Mario lo tomó en sus brazos para llevarlo fuera de la casa mientras Julia taconeaba hacia la salida tras de ellos con el corazón casi saliendosele por la boca.
Max levantó la mirada y volvió a su posición de antes. Su habitación era muy amplia. La luz se colaba por todas partes debido al gran ventanal que abarcaba gran parte del lugar. Afuera, el otoño hacía sus estragos. La lluvia y el frío recorrían las calles de la ciudad. Eso le hizo recordar que sería un nuevo aniversario de la muerte de sus padres.
Tomó las llaves de su camioneta y decidió salir hacia el cementerio.
- Vuelvo tarde. No me esperen
- Pero hijo no comiste nada
- Como algo por ahí no te preocupes tío, estoy bien
Una vez en la carretera, "Time" de Alan Parsons Proyect y la lluvia que caía sin piedad sobre el parabrisas lo hicieron volver a soltar aquellas lagrimas azules de las que rara vez se desprendía. "...Who knows when we shall meet again..."
**************************************
Fabiana estaba ordenando su guardarropas cuando los encontró. Tomó entre sus manos aquellos viejos tacones. Recordó que los llevaba puestos aquella noche en que pareció volver de su pesadilla. ¿De dónde habían salido?
Cerró los ojos y oscuras sombras aparecieron en su memoria. Una llamada internacional. Su amiga Julia, su marido y su pequeño hijo habían tenido un grave accidente en la carretera. Fabiana no escuchó más. Despertó cuando Gualberto le decía que tenía listos los pasajes para volver.
Fabiana miraba por la ventana y se estremeció al revivir aquellos tristes momentos. Los ojos de ese pequeño niño llenos de dolor aferrado a los zapatos que ahora ella tenía en sus manos.
Los observó enarcando una ceja.
- ¿Tu eres Fabiana cierto? - le dijo ese pequeño de ojos grises. Ella sólo asintió con la cabeza
- Toma. Mi mamá me dice que debo dártelos a ti y que no te acerques a...
¿A quien? ... Fabiana no recordaba y eso la volvió loca.
- ¡Gualberto!, acompáñame por favor. Debo ir al cementerio. Ahí está la respuesta. Estos tacones.... Julia... ese niño... Por favor...
- Cálmate mi vida por favor. De qué hablas
- ¿Recuerdas a Julia.. Estos tacones....?
Fabiana se detuvo a mirarlo. No era tiempo de decirle nada aún. Él la vería como una loca y ella no lo soportaría. Debía tener pruebas.
- Nada. Sólo llévame por favor. Es el aniversario de la muerte de Julia y Mario ¿recuerdas?
- Tienes razón... Pero ya es tarde. Pensé que querías descansar.
- No. Ahora no. Debo... Debemos ir.
- Sí. Cecilia por favor acompáñanos.
- Gualberto, siento que debemos ir. Por favor luego espero poder hacer que entiendas. Por ahora.... vuelve a confiar en mi... por favor
Él la miraba contrariado. Era ella, su Fabiana pero hasta hacía nada era otra mujer con la que había estado conviviendo, otra completamente diferente a la que ahora tenía entre sus brazos. ¿Qué había sucedido? No tenia claro si lo quería saber o no.
- Está bien. Vamos... Más tarde la tormenta se pondrá peor.
- Mamá, Ivo está durmiendo, ¿lo vamos a sacar así de todas formas?
Cecilia lo observó con profundo amor, lo tomó entre sus brazos y lo apretó contra su pecho.
- Debemos ir todos Cecilia. Aún no puedo explicarte mis motivos, ni yo los tengo muy claros aun, pero siento que debemos ir ahora.... todos.
Gualberto ya tenia las llaves de la camioneta en sus manos e iba abriendo la puerta del apartamento.
- Si queremos volver pronto vamos, vamos. No se por qué hago esta locura Fabiana... de verdad que no lo se.