Nunca supo cómo él había podido sobrevivir de aquel fatídico accidente. Recordó que el vehículo en el que viajaban había quedado casi irreconocible.
Sus ojos se abrieron lentamente una vez que habían pasado ya 8 días después de que sus padres habían muerto.
Durante todo ese tiempo sus tíos no se alejaron ni un minuto de su lado. Querían ser ellos los que les dirían la terrible noticia.
Cuando Max decidió despertar los miró algo confundido.
- ¿Ustedes cuidarme ahora?
Ambos se miraron y le sonrieron.
- Así es pequeño. Estarás junto a nosotros de ahora en adelante. ¿Te gusta la idea?
- Ellos... no volver.... ¿cierto?
- No hijo. Ellos no volverán
Esa fue la primera vez que sus tíos vieron sus lágrimas azules correr por sus sonrosadas mejillas. Y, por cierto, también esas pequeñas alas que comenzaban a desplegarse tímidamente sobre su espalda.
- Tu no asustarte tía Emy.. por favor.
Max sintió el pánico de aquellos adultos en su mirada y en su cuerpo. Tembló. Ahora no lo querrían y lo dejarían sólo. Sintió frío.
- Ven acá bribonzuelo. Nosotros somos tu hogar ahora ok? y ya sabes que no debes hacer eso cuando hay gente que no conocemos a nuestro alrededor.
Su tío Tomas lo abrazó fuerte y le besó la cabeza. Él lo supo en ese instante. Era hijo de su hermana y nieto de su abuela. Era de los suyos. Venía en una misión y debía protegerlo con su vida si era necesario. Miró a su esposa y pensó que luego le explicaría.
Tom lo había evitado toda su vida. Era el principal motivo por el cual no había querido tener hijos. Sabía que en su caso serían un préstamo que, dado el momento, no estaría dispuesto a devolver sin luchar contra todas las fuerzas del universo si fuera necesario para evitar que se lo arrebataran.
No había servido de nada huir de aquel profundo temor, destino y responsabilidad. Aquel muchacho lo necesitaba y él no lo abandonaría.
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Max cerró los ojos. La lluvia caía sin piedad sobre su cuerpo. Sus largas y tupidas pestañas evitaban un poco que las gotas golpearan con fuerza su rostro. Estaba de cuclillas frente a la tumba de sus padres. Los recuerdos de aquella tarde lo golpeaban con fuerza.
El cementerio estaba ubicado bastante alejado de la ciudad. Pocos visitantes se daban el tiempo de llegar hasta ahí. Sobre todo a esas alturas de la ya casi noche.
- ¿Será que en otra vida podré elegir... como todos? - murmuró, lanzando una piedrecilla hacia cualquier parte sonriendo triste.
Respiró profundo y creyó volver a sentir el olor a sus galletas favoritas. Descartó la idea de inmediato. Sabía que siempre cuando llovía todos sus sentidos se volvían más lentos.
Él cursaba un par de años menos que Cecilia ya que debido a sus constante rebeldías había sido expulsado de todas las escuelas que existían. Sus tíos estaba pagando un dineral para poder mantenerlo en la que ahora estaba y él se mantenía quieto sólo para no dejar de verla.
Desde que la observó sonriendo mientras leía un libro, su corazón se volvió como un loco. Sus manos comenzaron a sudar y su mirada no volvió a separarse de ella nunca más.
La buscaba en los recreos, a la salida de clases, en la biblioteca. Su olfato era su mejor aliado para saber ubicarla enseguida.
Ella era a quien debía proteger y de ella se había enamorado. Eso no estaba dentro de los planes de "ellos" como tampoco de él, pero ya nada podía hacer. La amaba sin siquiera haber cruzado una palabra. Sólo una breve mirada una vez, un roce de sus manos que casi hizo que sus alas reaccionaran por su propia voluntad y por lo cual tuvo que dejarla y salir corriendo para no asustarla.
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La camioneta negra se acercó lentamente hasta el mausoleo de la familia Nior de Ainitak y como si de una película de terror se tratara, un fuerte fogonazo iluminó el cielo dejando ver la sombra de Max sentado al pie de la tumba.
Ivo gritó y se deshizo en llanto por el miedo que el ruido y la luz le ocasionaron, mientras que Cecilia no podía dejar de observarlo. Se sentía atraída hacia él como por un imán. Sus pies no parecían obedecerla. Simplemente se acercaban sigilosos hasta él y su razón quería saber si de verdad era él. El chico que vivía dentro de sus sueños.
Fabiana intentaba tranquilizar al pequeño mientras que Gualberto estacionaba mejor la camioneta y llamaba a Cecilia para que volviera a subir.
- Esto ha sido una locura Fabiana. Debemos regresar. La tormenta se pondrá peor. Mira ese cielo. No recuerdo haberlo visto así desde hace muchísimo tiempo.
Gualberto no la miraba. Hablaba intentando no perder de vista a Cecilia quien a ratos parecía perderse entre las sombras de la noche. De pronto, al ver que su mujer no le respondía y que Ivo ya no lloraba, los observó por el espejo retrovisor y tembló.
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- ¿Quíen eres? - preguntó Cecilia tragando saliba
Max se levantó de un brinco quitandose el agua que corría por su rostro. La miró y supo que sus sentidos no se habían equivocado. Era su olor el que había percibido hacía pocos instantes.
Cecilia se armó de un valor que no conocía en ella y se acercó un poco más. Debía verlo más de cerca. Debía comprobar si aquellos ojos eran los del chico que le quitaba el aire cada vez que sus miradas se encontraban.
Max movió un pie hacia atrás trastabillando y cayendo sobre la piedra fría y mojada. Cecilia corrió a ayudarlo.
-¿Estás bien?... disculpa... no quise asustarte.... me llamo... Cecilia
Estaba muy cerca, tanto que podía ver unas pequeñas pecas en su nariz y un pequeñísimo lunar que decoraba su labio superior.
Max estaba sentado sobre la losa, sujetaba su cuerpo con sus brazos, mientras Cecilia intentaba apoyarlo por la espalda para que no cayera. Las palabras se quedaban atoradas en su garganta.
- ¡Es tan hermosa! - pensaba y se repetía sin poder dejar de mirar hacia sus ojos, su boca... ese lunar.
- Vamos.. te ayudo a pararte. Está resbaloso. Ven, pon tu brazo sobre mi hombro.
Max, hacía lo que ella le decía como en estado de shock. La estaba... ¿abrazando?
Él puso su brazo sobre los hombros de ella, mientras Cecilia lo abrazaba por la cintura. Apoyó uno de sus pies en la losa dándose impulso para levantarse. Cecilia lo observó admirada. Era tan alto. Se sentía una liliputiense a su lado.
- ¿Estás bien? ¿No te torciste?
- Es.... estoy bien
Al fin había podido articular palabra. Se sentía como un estúpido parado ahí frente a ella, actuando como idiota. Ella aun lo mantenía abrazado, como él a ella. Cuando se dieron cuenta, se deshicieron del abrazo desconcertados y esta vez un fuerte trueno retumbó en los cielos.
Cecilia pegó un pequeño grito y Max instintivamente la volvió a abrazar. Esta vez con más fuerza.
- Hey. No pasa nada.
- Mi hermanito. Mi mamá. Deben estar preocupados... ya vuelvo.
Cecilia se escapó de su abrazó y corrió apresurada. Su cuerpo entero palpitaba. ¿Qué le estaba sucediendo?
-¡ Espera!... Es peligroso. Está muy oscuro - le gritó Max dándole alcance.