jueves, septiembre 25, 2014

TACONES DE PRIMAVERA / CAPÍTULO UNO


Max estaba demasiado mal herido.
Subieron a la camioneta y se acomodaron como pudieron. Él era muy grande, más ahora con sus alas descubiertas.
Fabiana tomó al pequeño entre sus brazos y lo llevó junto a ella al lado de Gualberto, quien manejaba como un poseso.
Atrás, Cecilia acariciaba el rostro de Maximiliano. Jamás podría entender todo lo que estaba sucediendo. No quería pensar en ello. Sólo pensaba en llegar luego a un hospital para curar las heridas de ese cuerpo que había salvado a su familia sin saber porqué.

- No podemos llevarlo al hospital

De pronto Fabiana rompía el tenso silencio que se había instalado entre ellos.

- Y qué quieres que hagamos. Está demasiado mal herido

A Gualberto le pareció distinguir un leve brillo diferente en los ojos de su mujer. No era el mismo de la de antes. Este era diferente. Muy similar al de cuando era aún una niña y lo había embrujado con su sonrisa y ternura.

- No sabemos cuándo sus alas desaparecerán. ¿Cómo explicaremos eso? Vamos a casa. Cecilia y yo cuidaremos de él.

La niña levantó recién su mirada hacia adelante.

- Qué... quien... ¿yo?... Pero ... pe..
- No te aflijas hija. Ya sabrás qué hacer.

Gualberto las miraba ambas intentando comprender todo. Las cosas eran tan surrealistas que si no fuera por la lluvia que parecía perseguirlos por una oscura carretera pensaría que estaba aún viviendo una pesadilla de la cual no sabía si quería despertar ya que en ella estaban las personas que más amaba en la vida. Sentía que al fin había recuperado a su familia; sobre todo a Fabiana.

Al llegar a la ciudad, el cuerpo de Max parecía haberse vuelto un poco más pequeño. Sus alas ya casi no se distinguían sobre su espalda, y algunas de sus heridas se habían esfumado como si nunca hubieran existido. Sólo quedaban algunas magulladuras en sus manos y en su boca.
Cecilia quería saber si no tenía más golpes en otras partes de su cuerpo pero tuvo vergüenza de averiguar.

Gualberto lo llevó a sus espaldas. El chico pesaba. Estaba frío pero sudaba. Decía algunas palabras incoherentes que poco o casi nada se lograban entender. Cecilia tomó su mano mientras subían al elevador.

Ivo se abrazaba a su madre y comenzaba a hacerle cosquillas con su respiración sobre su cuello. Ella sonrió ligeramente y Gualberto la observó embelesado. Tanto, que casi hace que Max se caiga de sus hombros.

- ¡Papá!, ¡ten más cuidado!. No sabemos si tiene algún hueso roto - rogó Cecilia, mientras sujetaba el costado de Max que se había soltado del agarre de los brazos de su padre.

Ellos la miraron sonriendo, sospechando que en esa preocupación había algo más.

El piso era amplio pero no tenía más que tres habitaciones. Optaron por llevarlo al cuarto de Cecilia ya que en el de Ivo había sólo una cuna.

A Gualberto no le hizo mucha gracia la idea de que un extraño durmiera en la habitación de su pequeña hija. Eso lo solucionaría pronto. Muy pronto.

Una vez recostado sobre ese mullido colchón Cecilia corrió a buscar agua caliente y un paño para limpiar la sangre de sus heridas que mágicamente continuaban sanando por sí solas.

Gualberto y Fabiana llevaron a acostar al pequeño Ivo y luego volvieron a la habitación donde estaba su hija y aquel extraño muchacho quien, sin pedírselo, ni conocerlo, los había salvado de... aun no sabían qué o quién pero si de algo estaban seguros, no era nada bueno.

Cecilia, con las manos temblorosas, comenzó a quitar los botones de la camisa que cubría el cuerpo de Max. Estaba demasiado pegada a su piel con un material viscoso y fétido. Su padre se acercó para ayudarla mientras Fabiana empapaba los paños en agua tibia para limpiarlo.

La niña no podía dejar de observar aquel cuerpo. Era perfecto. Nunca antes había visto el cuerpo desnudo de un hombre pero estaba casi segura que el que tenía frente a sus ojos era lo más hermoso que en su vida había visto y volvería a ver.

Sus manos parecían no obedecer a su mente y simplemente comenzaron a recorrer sus hombros suavemente. Luego bajó por su pecho y logró percibir un leve gemido que salía de la boca de aquel ángel junto con un pequeño estremecimiento. Se detuvo, conteniendo la respiración. Creía estar sola, pero pronto la mano de su padre se posó sobre su hombro y se volvió a mirarlo asustada.

- Déjame a mi hija. Ve a ver si hay algo de comida. Cuando despierte seguro tendrá mucha hambre.
- Sí papá - respondió sin muchas ganas.

Aquel roce de sus manos con esa piel la habían dejado temblando y con su corazón aún más acelerado que con todo el miedo que había tenido hasta antes de sentirse ahora segura en su hogar.

-Debes dejarla acercarse a él querido - dijo dulcemente Fabiana - Ella será la que lo podrá salvar ahora Gualberto. Este chico la necesita como ella a él.
-¿Cómo sabes eso?
-Sólo lo se cariño.
-¿Y si le hace daño?
-No lo hará. Por algún motivo que aún no logro entender, no reclamaron su alma y terminó junto a nosotros. Ahora deberemos cuidarlo. Es nuestra responsabilidad
-¡Pero por qué maldita sea. No entiendo nada! Fabiana qué ha sido todo esto. Tú lo sabes, por favor explícame qué nos ha pasado. Qué o quién es esto que yace en la cama de nuestra hija. Casi te pierdo por Dios. Creí que moriría

Gualberto al fin se sentía desfallecer. Toda la angustia y miedo que había tenido que enfrentar tan solo hacía unas horas atrás le estaba pasando la cuenta recién. Su cuerpo temblaba.  Cayó al piso justo un poco antes que Fabiana corriera a abrazarlo con fuerza y a besarlo con ternura en la frente.

-Sólo te puedo explicar lo que he llegado a entender hasta ahora. Creo que este chico nos ayudará a comprender algo más. Es todo lo que se mi vida. No te atormentes más. Ven aquí.

Fabiana comprendía las emociones que ahora superaban a su esposo. Ella intuía que algo así podría pasar. Ya lo había vivido antes con sus propios padres. 
Ella sabía que él era fuerte, por algo había sido él y no otro de quien se había enamorado y a quien amaba con toda su alma.

Gualberto se aferró a ella mientras se apoyaban entre los dos para levantarlo del suelo. 
-Ven, vamos a nuestra habitación, Cecilia sabrá qué hacer con él. No temas. Confía en mí
-Te extrañaba tanto - suspiró Gualberto mientras caminaban abrazados hasta la otra habitación que se encontraba al otro extremo del pasillo.

Cecilia se encontraba preparando una sopa. De niña su madre siempre le hacía eso cuando ella se sentía enferma o triste por las burlas de sus compañeras en el colegio. No sabía muy bien cómo hacerla, sólo siguió su instinto y parecía que este era muy asertivo ya que cuando terminó, le echó una probadita y se saboreó los labios. 

-Si no le gusta, se la tiro por la cabeza - sonrió 

Cuando iba de vuelta a su habitación observó que sus padres caminaban muy pegaditos hasta la de ellos. Fabiana pasó por su lado y le guiño un ojo. Cecilia le sonrió. Sin duda aquella hermosa mujer volvía a ser SU madre, aquella con la que no hacía falta abrir la boca para entenderse a la perfección.
A pesar del largo tiempo en que la había "perdido", aun recordaba aquellos gestos de ella y esa mirada inconfundible de amor incondicional.

Max aún permanecía en la misma posición. Su cuerpo semidesnudo y sucio, con trazas de sangre seca por donde pudiera ver. Aun así continuaba siendo un placer mirarlo.

Se acercó tímidamente, temiendo despertarlo y que la descubra  mirándolo pervertidamente con los labios apretados entre sus dientes.



Suavemente comenzó a pasar el paño suave y húmedo por su piel. Limpió su cuello, su mandíbula, su frente. Se detuvo unos segundos a observar sus labios. Le parecieron maravillosos. De pronto él volvió a estremecerse. No se había dado cuenta que su respiración estaba a pocos centímetros de su boca. Asustada y avergonzada se volvió hacia atrás y mojó nuevamente el paño para pasarlo esta vez por su torso, sus tetillas, su vientre.... Tragó saliva.

- ¿Y si mi mano se deslizara sin querer por aquí? - pensó divertida

Lo miró y vio que aún dormía con los ojos muy apretados.


Lentamente comenzó a acariciar esa zona. Sus dedos se deleitaron con la sensación de placer que le provocaba la caricia. Cerró los ojos y no se dio cuenta cuando Max abrió los ojos de repente y la vio.

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