Max estaba demasiado mal herido.
Subieron a la camioneta y se acomodaron
como pudieron. Él era muy grande, más ahora con sus alas descubiertas.
Fabiana tomó al pequeño entre sus brazos y
lo llevó junto a ella al lado de Gualberto, quien manejaba como un poseso.
Atrás, Cecilia acariciaba el rostro de
Maximiliano. Jamás podría entender todo lo que estaba sucediendo. No quería
pensar en ello. Sólo pensaba en llegar luego a un hospital para curar las
heridas de ese cuerpo que había salvado a su familia sin saber porqué.
- No podemos llevarlo al hospital
De pronto Fabiana rompía el tenso silencio
que se había instalado entre ellos.
- Y qué quieres que hagamos. Está
demasiado mal herido
A Gualberto le pareció distinguir un leve
brillo diferente en los ojos de su mujer. No era el mismo de la de antes. Este
era diferente. Muy similar al de cuando era aún una niña y lo había embrujado
con su sonrisa y ternura.
- No sabemos cuándo sus alas
desaparecerán. ¿Cómo explicaremos eso? Vamos a casa. Cecilia y yo cuidaremos de
él.
La niña levantó recién su mirada hacia
adelante.
- Qué... quien... ¿yo?... Pero ... pe..
- No te aflijas hija. Ya sabrás qué hacer.
Gualberto las miraba ambas intentando
comprender todo. Las cosas eran tan surrealistas que si no fuera por la lluvia
que parecía perseguirlos por una oscura carretera pensaría que estaba aún
viviendo una pesadilla de la cual no sabía si quería despertar ya que en ella
estaban las personas que más amaba en la vida. Sentía que al fin había
recuperado a su familia; sobre todo a Fabiana.
Al llegar a la ciudad, el cuerpo de Max
parecía haberse vuelto un poco más pequeño. Sus alas ya casi no se distinguían
sobre su espalda, y algunas de sus heridas se habían esfumado como si nunca
hubieran existido. Sólo quedaban algunas magulladuras en sus manos y en su
boca.
Cecilia quería saber si no tenía más
golpes en otras partes de su cuerpo pero tuvo vergüenza de averiguar.
Gualberto lo llevó a sus espaldas. El
chico pesaba. Estaba frío pero sudaba. Decía algunas palabras incoherentes que
poco o casi nada se lograban entender. Cecilia tomó su mano mientras subían al
elevador.
Ivo se abrazaba a su madre y comenzaba a
hacerle cosquillas con su respiración sobre su cuello. Ella sonrió ligeramente
y Gualberto la observó embelesado. Tanto, que casi hace que Max se caiga de sus
hombros.
- ¡Papá!, ¡ten más cuidado!. No sabemos si
tiene algún hueso roto - rogó Cecilia, mientras sujetaba el costado de Max que
se había soltado del agarre de los brazos de su padre.
Ellos la miraron sonriendo, sospechando
que en esa preocupación había algo más.
El piso era amplio pero no tenía más que
tres habitaciones. Optaron por llevarlo al cuarto de Cecilia ya que en el de
Ivo había sólo una cuna.
A Gualberto no le hizo mucha gracia la
idea de que un extraño durmiera en la habitación de su pequeña hija. Eso lo
solucionaría pronto. Muy pronto.
Una vez recostado sobre ese mullido
colchón Cecilia corrió a buscar agua caliente y un paño para limpiar la sangre
de sus heridas que mágicamente continuaban sanando por sí solas.
Gualberto y Fabiana llevaron a acostar al
pequeño Ivo y luego volvieron a la habitación donde estaba su hija y aquel
extraño muchacho quien, sin pedírselo, ni conocerlo, los había salvado de...
aun no sabían qué o quién pero si de algo estaban seguros, no era nada bueno.
Cecilia, con las manos temblorosas,
comenzó a quitar los botones de la camisa que cubría el cuerpo de Max. Estaba
demasiado pegada a su piel con un material viscoso y fétido. Su padre se acercó
para ayudarla mientras Fabiana empapaba los paños en agua tibia para limpiarlo.
La niña no podía dejar de observar aquel
cuerpo. Era perfecto. Nunca antes había visto el cuerpo desnudo de un hombre
pero estaba casi segura que el que tenía frente a sus ojos era lo más hermoso
que en su vida había visto y volvería a ver.
Sus manos parecían no obedecer a su mente
y simplemente comenzaron a recorrer sus hombros suavemente. Luego bajó por su
pecho y logró percibir un leve gemido que salía de la boca de aquel ángel junto
con un pequeño estremecimiento. Se detuvo, conteniendo la respiración. Creía
estar sola, pero pronto la mano de su padre se posó sobre su hombro y se volvió
a mirarlo asustada.
- Déjame a mi hija. Ve a ver si hay algo
de comida. Cuando despierte seguro tendrá mucha hambre.
- Sí papá - respondió sin muchas ganas.
Aquel roce de sus manos con esa piel la
habían dejado temblando y con su corazón aún más acelerado que con todo el
miedo que había tenido hasta antes de sentirse ahora segura en su hogar.
-Debes dejarla acercarse a él querido -
dijo dulcemente Fabiana - Ella será la que lo podrá salvar ahora Gualberto.
Este chico la necesita como ella a él.
-¿Cómo sabes eso?
-Sólo lo se cariño.
-¿Y si le hace daño?
-No lo hará. Por algún motivo que aún no
logro entender, no reclamaron su alma y terminó junto a nosotros. Ahora deberemos
cuidarlo. Es nuestra responsabilidad
-¡Pero por qué maldita sea. No entiendo
nada! Fabiana qué ha sido todo esto. Tú lo sabes, por favor explícame qué nos
ha pasado. Qué o quién es esto que yace en la cama de nuestra hija. Casi te
pierdo por Dios. Creí que moriría
Gualberto al fin se sentía desfallecer.
Toda la angustia y miedo que había tenido que enfrentar tan solo hacía unas
horas atrás le estaba pasando la cuenta recién. Su cuerpo temblaba. Cayó
al piso justo un poco antes que Fabiana corriera a abrazarlo con fuerza y a
besarlo con ternura en la frente.
-Sólo te puedo explicar lo que he llegado
a entender hasta ahora. Creo que este chico nos ayudará a comprender algo más.
Es todo lo que se mi vida. No te atormentes más. Ven aquí.
Fabiana comprendía las emociones que ahora
superaban a su esposo. Ella intuía que algo así podría pasar. Ya lo había
vivido antes con sus propios padres.
Ella sabía que él era fuerte, por algo
había sido él y no otro de quien se había enamorado y a quien amaba con toda su
alma.
Gualberto se aferró a ella mientras se
apoyaban entre los dos para levantarlo del suelo.
-Ven, vamos a nuestra habitación, Cecilia
sabrá qué hacer con él. No temas. Confía en mí
-Te extrañaba tanto - suspiró Gualberto
mientras caminaban abrazados hasta la otra habitación que se encontraba al otro
extremo del pasillo.
Cecilia se encontraba preparando una sopa.
De niña su madre siempre le hacía eso cuando ella se sentía enferma o triste
por las burlas de sus compañeras en el colegio. No sabía muy bien cómo hacerla,
sólo siguió su instinto y parecía que este era muy asertivo ya que cuando
terminó, le echó una probadita y se saboreó los labios.
-Si no le gusta, se la tiro por la cabeza
- sonrió
Cuando iba de vuelta a su habitación
observó que sus padres caminaban muy pegaditos hasta la de ellos. Fabiana pasó
por su lado y le guiño un ojo. Cecilia le sonrió. Sin duda aquella hermosa
mujer volvía a ser SU madre, aquella con la que no hacía falta abrir la boca
para entenderse a la perfección.
A pesar del largo tiempo en que la había
"perdido", aun recordaba aquellos gestos de ella y esa mirada
inconfundible de amor incondicional.
Max aún permanecía en la misma posición.
Su cuerpo semidesnudo y sucio, con trazas de sangre seca por donde pudiera ver.
Aun así continuaba siendo un placer mirarlo.
Se acercó tímidamente, temiendo
despertarlo y que la descubra mirándolo pervertidamente con los labios
apretados entre sus dientes.
Suavemente comenzó a pasar el paño suave y
húmedo por su piel. Limpió su cuello, su mandíbula, su frente. Se detuvo unos
segundos a observar sus labios. Le parecieron maravillosos. De pronto él volvió
a estremecerse. No se había dado cuenta que su respiración estaba a pocos centímetros
de su boca. Asustada y avergonzada se volvió hacia atrás y mojó nuevamente el
paño para pasarlo esta vez por su torso, sus tetillas, su vientre.... Tragó saliva.
- ¿Y si mi mano se deslizara sin querer
por aquí? - pensó divertida
Lo miró y vio que aún dormía con los ojos
muy apretados.
Lentamente comenzó a acariciar esa zona.
Sus dedos se deleitaron con la sensación de placer que le provocaba la caricia.
Cerró los ojos y no se dio cuenta cuando Max abrió los ojos de repente y la
vio.