Jueves. Cansado. Sólo
quería irme a mi casa para ver algo de tele y dormir.
Llamé a la Pía para que
olvidáramos lo de a salida al cine. Realmente han sido unas semanas intensas.
Esta empresa es un
despelote. No me explico cómo es que aun no ha quebrado.
Me reuní con algunos
gerentes y les hice ver lo mal que estaban llevando las cosas y prácticamente
exigí cambios.
Los tipos se miraron raro.
Lógicamente estos cambios se traducen en gastos y el bolsillo les duele. Se
miraron y cuchichearon entre ellos. Uno por ahí dijo que alguien se los había
hecho notar pero no le quisieron prestar atención.
-Pues ese alguien tenía
razón- les dije, con voz firme y segura.
Tal vez fui un poco
prepotente sí, pero con algunas personas es necesario serlo.
En resumen, tomaron en
cuenta mis reparos y comenzaron a ponerlos en práctica casi de inmediato.
Esta nueva situación nos
llevó a tener que quedarnos a trabajar algunas horas extra.
Me quedé varias noches
solo en la oficina, revisando informes, haciendo reportes, etc., etc.,
etc.
Esta tarde levanté la
mirada y la vi. Parecía triste. Estaba de espaldas a mí, mirando por la
ventana. Tuve tiempo para observarla con mayor detenimiento.
No sé qué me pasa cuando
la tengo cerca. Simplemente no puedo mirarla de frente.
Tiene un cuerpo perfecto.
Unas curvas que no recuerdo haber visto en mi vida. De esas que ya no se ven
normalmente por ahí.
Las mujeres de ahora o
tienen 10 kilos de silicona en las tetas y 20 litros de botox en los labios o
son más flacas que un perchero. Doris no. Ella es de cabello negro, liso que
cae silencioso sobre sus hombros y su espalda. Sus piernas. Ah ¡Qué piernas!.
Llevaba puesta una blusa blanca sin mangas que le hacían ver su piel morena y transparentaba
un poco su delicada ropa interior. Se notaba que la chica se preocupaba de su
persona y de esos detalles que nos gusta ver o percibir a los hombres.
De improviso se volteó y
me pilló escrutando sus caderas. Sentí un inmenso calor que me subió hasta las
mejillas. Nuevamente tuve que agachar la cabeza para que no notara mi
turbación.
¡Pero qué cosas estoy
diciendo! Me desconozco.
La verdad que no llegué a
esta empresa a buscar minas. Ya tengo una y ella es perfecta para mí. Además,
esa tal Doris no está a mi nivel. Somos de mundos diferentes. No soy del tipo
que anda con mujeres como ella. Bajaría mi perfil y no estoy dispuesto a que
anden hablando a mis espaldas.
Tengo una imagen que cuidar
frente a mi familia y amigos la cual no estoy dispuesto a perder por causa de
una mujer de menor categoría y que no calza para nada con mi estilo, ni con lo
que se espera de mí.
La Pía está bien. Pocas
tetas, flaca, alta, rubia, Una mina para un tipo como yo, todo un ganador....
si así está bien. Es como debe ser.
Lo que terminó por
descolocarme y definitivamente no querer tener nada que ver con ella fue que,
cuando iba saliendo del edificio en mi auto, ese coche que compré a mi medida,
que sólo un tipo como yo puede conducir, la vi sola en la acera. No lo pensé
dos veces y me ofrecí a llevarla. Será de otro nivel pero yo soy un caballero.
Pero me plantó en cara un tremendo NO y antes que se me desfigurara la cara
partí echando humo del lugar.
¡Que tipa más empelotante!
Llegué a casa con la sangre hirviendo. ¿Quién se cree? Es una simple empleada.
Tiene que agradecer que un tipo como yo haya puesto los ojos en ella.
Ehhh Voy a hacer de cuenta
que yo no escribí eso….
Mejor me voy a dormir.
Mañana cierro este blog. Estoy escribiendo puras weás.
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No me puedo contener…
Tengo que escribir lo que sucedió. Si no lo hago creeré que todo fue un sueño y
temo que se convierta en una pesadilla.
Viernes. Bueno sucedió que
me decidí y me iba junto a mi compadre Bruno cuando nos atrapa Ricardo,
un personaje arrogante, arribista y ordinario.
Ok, pero ¡Al menos yo no
soy ordinario!
La cosa es que nos
convenció de ir a algún lugar a tomarnos un trago y que luego veríamos. Yo, la
verdad que no quería nada más que estar en casa a solas.
-Ya Félix- me animó
Bruno-, que hace rato que no salimos solos. Siempre andas con la Pía pegada a
tu cuello. ¡Vamos!
Tenía algo de razón. Desde
que andaba con ella que no tenía una noche para mí solo.
-Ok, vamos- dije, total
sería solo un rato.
Cuando íbamos en camino este
tipo Ricardo comenzó a hablarnos de las mujeres de la oficina como si las
conociera íntimamente a todas. ¡El tipo me tenía hasta los cojones!
De Doris nos ha contado
que es muy sensual para bailar, que tiene unas caderas de lujo. Me dio toda la
impresión que este individuo le tenía ganas a esta mina hace rato.
Cuando llegamos al lugar
lo encontré bastante lúgubre, oscuro y olía mal.
Estuve a punto de
marcharme en el mismo momento en que pisé aquel sitio pero sorpresivamente, no sé
por qué, mi mirada se dirigió hacia el lugar donde justamente se trataban de
esconder Doris y unas cuantas de las chicas de la oficina.
Ricardo nos obligó a
sentarnos en una mesa junto a ellas. Bruno le siguió el juego a Ricardo y
comenzaron a hablar de ellas.
Que Johanna las tiene muy
pequeñas, que Manuela debe ser una puta en la cama, que Sofía es una
mojigata... Que Doris está pa mascarla.
Esto superó toda mi
paciencia y tuve ganas de darle un buen golpe a ese par de idiotas, pero uno es
mi mejor y único amigo y el otro es uno de los dueños de la empresa donde
trabajo, no podía hacer nada, sólo salir huyendo de aquel lugar, así que agarré
mis cosas para irme pero Bruno nuevamente me detuvo justo cuando me dirigía
hacia la puerta.
-Dónde vas ahora si
estamos a punto de invitar a las chicas a bailar - me dijo -
-¿A bailar?, están locos
yo me voy.- Le dije, pero justo cuando me disponía emprender la retirada veo a
Doris que se me adelantaba y también se iba del lugar.
Para no parecer que iba
tras ella, porque no fue así, me quedé un rato más hablando con Bruno pero este
salió persiguiéndola hasta la puerta. No sé qué le dijo. Noté que ella le
sonreía como nunca lo ha hecho conmigo. Lo miraba coqueta, al momento que una
sensación extraña se me ponía en el pecho. Finalmente, mi buen amigo terminó
por convencerla y fuimos bailar todos juntos.
Cuando íbamos en el auto
me enteré por qué esta chica, Doris, pareciera querer matarme con la mirada.
Ricardo nos contó que ella fue a quien le dieron con la puerta en las narices
cuando fue a presentar el proyecto para los cambios que vine a hacer yo. Recién
ahí me di cuenta ¡Esta mina me debe odiar!
Una vez que llegamos a la
disco pensé en desaparecer con el pretexto de ir por un trago a la barra pero
la que desapareció fue ¡Doris!
No pude quitar mis ojos de
ella. ¡Cómo se mueve, cómo camina, cómo sonríe! Esta mujer tiene algo. Muchos
estábamos babosos ahí mirándola. Ella se sabía seductora.
Me acerqué un poco más
para observarla más de cerca y vi como un par de borrachos se le acercaron,
entre ellos mi buen amigo Bruno. El muy imbécil estaba muerto. Pero ella se los
supo sacar de encima con mucho estilo.
Seguía embobado mirándola
cuando sin darme cuenta la tenía sentada frente a mí. Me miró como extrañada.
¡Quizá que cara tendría yo también!
Quise decir algo pero me
encontraba como alucinado con su presencia ahí tan cerca de mí. Repentinamente
el cargante de Ricardo la tomó bruscamente de un brazo y se la llevó a la pista
de baile.
No sé cómo, ni por qué,
pero cuando vi que este tipo la comenzó a acosar me hirvió la sangre y salté de
mi asiento, la tomé de un brazo y la llevé a otro lugar, lejos de todos.
Si soy sincero, no puedo
entender aun qué me sucedió.
Recuerdo que arremangué
las mangas de mi camisa, caminé con paso firma hacia ella y la tomé fuerte por
la cintura aferrándola a mi cuerpo. ¡Mi corazón latía tan fuerte! ¡Juro que no
había tomado más que un whisky en toda la noche! Luego, pase mi mano por su
espalda acercándola aún más hacia mi cuerpo. Aunque moría por sentir su piel en
mis manos, ese sólo hecho me encendió a mil. Acerqué mi cara a su cuello no
pudiendo contener mi respiración agitada.
Por un momento me pareció
sentir que ella también temblaba.
Pero lo mejor vino cuando
sus manos se posaron sobre mi pecho. “Oh
My God”, qué fue eso – pensé -. Sentí que mi corazón se paralizaba.
Sentí el calor de su
cuerpo que traspasaba mi ropa hasta sentirla en mi piel. Su aroma, sus
cabellos. ¡Creo que me estoy volviendo medio loco!
Esta mujer no me mira
siquiera y con toda seguridad me debe odiar, por lo del trabajo. Pero si lo
pienso bien, ella se quedó ahí junto a mí, hasta que a la Pía se le ocurrió ¡llamarme
al teléfono!
¡Mierda!