Alejandro había logrado detener la hemorragia. La bala había rozado el hombro de Consuelo profundamente pero no había alcanzado a provocarle mayor daño en su cuerpo.
El dolor y la angustia que le había provocado a Consuelo toda aquella situación, hicieron que colapsara y no quisiera salir del sueño profundo en el que había caído luego de todo lo sucedido.
Alejandro se percató de que las balas habían dejado de inundar el espacio con su estridente ruido. Sintió el rugir del motor y de los neumáticos que abrazaban la tierra húmeda para huir a toda velocidad hacia quien sabe donde.
Sintió los pasos de los agentes dentro de la cabaña una vez que todo había terminado pero no quiso salir de su escondite. Quería quedarse ahí, junto a ella, cuidándola, protegiéndola, como no lo había podido hacer hasta aquel momento.
Ya pronto volvería a la civilización. Sabía que Mike estaba bien y que manejaría la situación de la mejor manera. Por ahora, sólo quería observar la paz que reflejaba el rostro de ella al dormir.
Se quedó así, mirándola durante todo el resto de la noche. No quería perder detalle de su ser.
Tal vez a la mañana ella ya no querría verlo nunca más ni hablarle.
Tal vez en unas pocas horas más, ella lo miraría con odio e indiferencia.
Tendría razón de hacerlo – se decía- porque no había sabido protegerla y la había expuesto a toda aquella inmunda situación.
Alejandro cubrió su cuerpo con una manta. El frío viento y la lluvia que amenzaba desde temprano, llegaron a presentarse en aquel solitario lugar. En su interior, la tormenta ya había comenzado.
Cerró los ojos unos segundos y se vió junto a ella, abrazados. Cubría su cuerpo con el de él y ella lo miraba como siempre lo había hecho.
El ruido de un trueno lo sacó de su ensoñación. Estaba ahí, congelado, a su lado, recostado sobre una silla incómoda. Esa era la realidad. No quería ilusionarse con la idea de volver a tenerla entre sus brazos, de volver a besar esa boca. Todo habría sido un sueño que pronto quedaría en el pasado.
A la hora señalada Aída entraba por el hall del hotel. Su exótica belleza no pasó desapercibida. Tenía miedo, sí. Pero se lo debía a Miguel, el alcaide y a su pequeña hija Sara. Debía terminar lo que había comenzado.
Un hombre alto y de buena apariencia se acercó hasta ella cuando se acomodó en la silla de aquel bar. Aída tembló.
-Acompáñeme por favor – dijo mostrándole el camino hacia el exterior.
Los hombres de Hernán estaban apostados dentro y fuera del lugar escondidos entre la gente intentando no levantar sospechas.
El tipo alto la invitó a subir a un Audi negro último modelo. Dentro, para su sorpresa, se encontró de frente con un hombre relativamente joven, de tez muy blanca, ojos celestes y de mirada atemorizante. Se trataba del capo mafioso Fabrizzio Palerzzo. Un hombre muy peligroso y que ahora lo era aun más ya que se sabía acorralado, situación que lo llevaría a cometer errores fatales para su organización y su vida.
-Seamos breves- Le dijo abruptamente – ¡Quienes son los malditos espías!
Aída creyó haberse quedado sin aire por unos segundos. En el rato que duró el viaje en helicóptero la habían entrenado para saber lo que tenía que decir, pero en aquel momento su mente se había quedado en blanco.
-¡Vamos mujer, que llevo prisa! – le gritó – Que te ha dicho la puta esa de la duquesa Habla ya
-Jefe, es urgente. Debemos regresar – dijo el hombre que iba junto al chofer
-¡Que pasa ahora! – Exclamó Fabrizzio notoriamente irritado
-Jefe.. Nos descubrieron. Perdimos a la chica y a varios hombres. Osman quiere hablar directamente con usted.
A Aída se le puso la carne de gallina cuando escuchó el nombre de la persona que tanto daño le había hecho.
-Descubrieron quienes eran los infiltrados
-Si señor – respondido el hombre
-¡Habla! – gritó Fabrizzio
-Alejandro, señor
-¡Maldito hijo de la gran puta! – El mafioso estaba fuera de si. Tenía su arma en la mano y comenzó a darle golpes al asiento del auto con ella y a maldecir a todo el mundo.
-¡Tú y tu maldita duquesa!, Por qué no nos lo informaron antes. Y Rony, qué pasó con él – exclamó Fabrizzio
-Murió jefe
-Alejandro Donde lo tienen
-….
-¡Que donde lo tienen! –exclamó el mafioso apuntando con el arma a su empleado
-Escapó.
Su cara estaba desencajada, su cuerpo tenso y su mirada perdida.
Aída no tuvo que decir nada. Llevaba consigo un micrófono por donde el duque y la policía habían escuchado todo. Además, los iban siguiendo a una prudente distancia desde que salieron del hotel.
Hernán suspiró tranquilo, su hijo estaba a salvo. Ahora debían rescatar a Aída.
-Jefe. Nos encontraremos con Osman en la casa de seguridad. Estaremos ahí en 20 minutos
-¿Qué haremos con ella? - preguntó el hombre alto dirigiendo la mirada hacia Aída.
Escribes y lees mucho. Brindo por eso. También porque, gracias a ello, te puedes permitir que relatos como estos surjan de tu imaginación.
ResponderEliminarBrindo por las personas que saben aprovechar su tiempo.
Mucho ánimo!
Escribes muy bien los relatos.
ResponderEliminarun placer pasar por tu casa.
Que disfrutes la noche de haloween.
un abrazo.
Jo, que incógnita... queremos más...
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.