jueves, enero 16, 2014

MIEDO, CULPA Y UN DESTINO SIN AMOR / CUENTO CORTO


Las visitas a sus ojos habían cesado.

Él aún no lograba comprender como era posible que ni el tiempo transcurrido hubiese servido para lograr apartarla de sus pensamientos ni de su vida.

Necesitaba saber que ahí estaba, serena y simple, inocentemente provocadora.

Le bastaban sólo una par de minutos para ser completamente feliz viéndola día a día pasar frente a él y su día estaba hecho.

Pero ya no estaba. Algo la había obligado a desaparecer de sus pupilas y su rutina se volvía cada vez más gris y sombría; como aquella tarde de otoño  en que el miedo se apoderó de él de una manera irracional obligandole a alejarse de la única persona que más cerca había estado de su corazón y de su alma.

Él era un tipo serio, lleno de dudas, temores e inseguridades provocadas por una familia extremadamente religiosa que se había encargado de vaciarle el alma y llenarla con los horrores del pecado y sus consecuencias infernales. Su vida estaba atrapada entre poderosas telarañas tejidas hacía décadas, de las cuales ya no lograba despegarse. El miedo lo confundía.

A pesar de su agradable aspecto externo y talento para las expresiones artísticas, su vida se fue llenando de amargura terminando por encarcelar su propio espíritu y sueños; lo que acabó por reflejarse también en sus blancas sienes, en el rictus de una labios secos y en la triste profundidad de sus ojos negros.

Ella lo esperaba. Sabía que su ardiente mirada estaría ahí para acariciarla y hacerla sentir que aún podía continuar soñando.

No sabía, sólo intuía que aquellos oscuros ojos la buscaban día a día y que por las noches su piel y sus besos le pertenecían sólo a él.  Como antes lo habían sido sólo una vez, bajo una luna cómplice que los espiaba mientras escuchaban a lo lejos los acordes de una samba pa ti que los envolvió y los transportó hasta las estrellas y en donde les estorbó la ropa para seguir amándose hasta el amanecer. Pero lo sabía prohibido. La había dejado cruelmente hacía años atrás y pronto se había casado con quien sus padres le habían indicado. Una mujer casta y pura, temerosa de dios, como él debía serlo.

Ella lo respetaba y a pesar de lo que él alguna vez le dijo, se sabía buena y jamás sería capaz de entrometerse en su vida.

Ahora ella no estaba. Llevaba semanas sin poder verla. Su angustia crecía día con día. Ya no lograba concentrarse en nada. Pronto dejó de dormir y de asistir a su trabajo.
Despertaba por las noches bañado en un pegajoso sudor que lo envolvía cada vez más llevándolo hacia  sus más remotos temores asfixiandolo; abandonándolo en  una oscuridad y frío absolutos.

- Tom - oyó decir suavemente en su oído. Él abrió los ojos y la vio. Era su esposa, pero no su mujer. Ella tomó su mano suavemente - todo estará bien - le dijo temblorosa. Pero él ya no la escuchaba.

Cerró los ojos para continuar soñando con ella. La chica que más cerca había estado de su espíritu y a la que tanto dolor le había causado.

Recordó la tarde de otoño en que la había abandonado. Cuando cruelmente le dijo que no la amaba, que ella era el demonio y que lo había hecho pecar de la manera más vulgar y sucia que él se había podido imaginar. La llamó sucia y mentirosa mientras ella sólo lloraba sin poder articular palabra debido al intenso dolor que en su pecho se anidaba y que oprimía su garganta y su roto corazón.

El sabía que si daba un paso más hacia ella no resistiría su mirada ni su aroma y la abrazaría para nunca más dejarla; por eso se fue rápidamente y dándole la espalda, corrió a perderse entre los grises edificios que los habían visto crecer.

Él tenía sólo 18 y ella 17. Ahora ya eran mayores. El contaba con 40 y ella 39. Ella se estaba casando y él moría de dolor en algún hospital lejano; en donde los barrotes en las ventanas y las blandas paredes blancas no dejan oír los gritos de angustia  y desesperanza de a quienes se les escapa día a día el alma.

Ella sólo quería amarlo, jugar con sus ensortijados cabellos y hacerlo reír a carcajadas para luego recostarse sobre su pecho y verse reflejada en aquellos negras pupilas que tanto amó pero que ahora, al fin lograba hacer que formaran parte de su pasado.

Aquella helada mañana de invierno en que sus miradas se cruzaron por última vez, ella lo sabía. Sería la ocasión para dejarlo ir. Ella le había perdonado hacía ya mucho tiempo y ahora estaba en paz.

El nunca pensó en pedir perdón. Él sólo se lamentaba, como sabía hacerlo, como lo había visto hacer a sus mayores. Culpando al destino y a los extraños y misteriosos caminos de su dios. 

Fin.











3 comentarios:

  1. Me ha sobrecogido leerte. Un relato muy duro, lleno de amargura y dolor. Antaño y no tanto, los intereses económicos y religiosos han sido y son culpables de muchas desgracias colectivas o individuales.
    Escribes de maravilla, y es un deleite leerte. Mis felicitaciones.
    Un besote.

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  2. Uy no recordaba este texto...
    Un día de musos y musas susurrando en mis oídos....
    Hace rato que ya no revolotean por mi cabeza.
    Gracias por sus visitas y bellos comentarios!!!

    § Sam Mezylv

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