Cecilia e Ivo se habían quedado dormidos sobre la cama viendo televisión solos en aquel apartamento al que se habían cambiado luego de que ellos nacieron. Fabiana, que adoraba las plantas y los jardines, ahora sólo quería cemento y muchos espejos a su alrededor.
Aquella noche de jueves otros brazos entibiaron el cuerpo de Gualberto, mientras Fabiana llegaba de madrugada haciendo algo de ruido.
Justo frente a la puerta del piso que habitaban había otro gran espejo iluminado en donde ella podía ver su cuerpo entero con total detalle. Otra vez la luna volvía a reflejarse sobre él iluminándolo con ese fulgor mágico que sólo ella podía ver.
Se acercó enfundada en su altos tacones. Admiraba sus torneadas piernas. Le encantaba poder lucirlas, pasó sus manos por su cintura y sus caderas; si bien no eran lo pequeña que le hubiese gustado, ya no podía continuar recriminando a Cecilia y menos a Ivo por destruir su figura. Era algo que ya estaba hecho. Siguió por sus pronunciados pechos. Eso había quedado así desde su adolescencia y si bien en un principio le avergonzaban y eran otro motivo más de burla todo cambió cuando ciertos ojos que ella adoraba repararon en ellos con placer y aquella mirada, en vez de producirle rechazo, la deseó. La deseó sólo para ella por siempre porque lo amaba y sería al único a quien le permitiría verla así y tal vez tocarla.... y besarla.
Observó sus ojos, su boca. Intentó verse ahí dentro, pero nuevamente no encontró nada. Continuaba vacía. Como la última vez, cómo cuando comenzó a comprender que nunca pudo ni podría superar de verdad todo su pasado.
- Ya volviste
Cecilia se acercó hasta su madre refregándose los ojos. Su rostro aun reflejaba la bofetada que le había propinado hacía algunas horas atrás. Fabiana sintió un punzada en el estómago. Lo recordó todo. Le dolió, se reconoció en el acto y algo se removió dentro de ella.
Se acercó hasta su hija. Era tan hermosa como su padre, pensó. Tenía sus mismos ojos color turquesa. Acarició su mejilla magullada y la abrazó muy fuerte sin decirle nada.
Cecilia se sintió extraña al sentir los brazos de su madre alrededor suyo. Ella rara vez le demostraba cariño, es decir... nunca desde ¿cuando? ¿dos años?.
El corazón de Fabiana comenzó a sentir un calorcito especial, algo que creyó haber percibido alguna vez en un tiempo muy, muy lejano. Tal vez ... pero....
- Mamá... volviste a beber. Papá se enojará y...
Fabiana pareció despertar de un sueño al escuchar su voz. La separó de su abrazo y la miró con desdén.
- Como si le importara - sonrió con tristeza alejándose de ella, caminando erróneamente hacia su habitación
- ¿¡No me preguntarás por tu hijo?!
- Supongo que está bien ¿no?, de otro modo me lo habrías dicho. Me habrías llamado
Cecilia corría tras ella sujetándola para que no cayera. Fabiana iba despojándose de sus ropas mientras caminaba.
- ¿Qué tal la reunión?
- ¿De verdad quieres saber?
Cecilia la ayudaba a sacarse los tacones. No le respondió
- Bueno.. A ver... Déjame recordar... Oye ¡qué guapo es tu profesor! No me habías contado
- ¡Mamá!
- Está bien, está bien. A ver... Dijo que estabas mal en mates, en ciencias, en... en...a si, en historia.
Cecilia agachó la cabeza sin poder creerlo. Ella sabía que tan bien no le iba pero no sospechó que tanto. Era su último año en el colegio, pronto debía elegir carrera universitaria y debía tener buenas notas para ponderar un buen puntaje y ya veía que no lo estaba logrando.
Sus padres no ayudaban demasiado. Siempre estaban ocupados en ellos mismos y en sus peleas e indiferencias.
Cecilia volteó a ver a su madre mientras una lágrima desvergonzada se atrevía a bajar por sus mejillas. Recordó el abrazo que hacía pocos minutos le había regalado y se sonrió.
- ¿Qué voy a hacer mamá... Necesito tu ayuda.... Por favor? - susurró, rozándole la mejilla con su mano
Fabiana no la podía oír. Su mente ya se encontraba muy lejos, en aquel jardín al que siempre huía después de clases.
Ahí podía volver a encontrarse con su paz. Aquella que había perdido en algun momento que ya no recordaba cuando. El alcohol a veces le ayudaba a llegar a ese lugar. Y ahí estaba nuevamente. Aquella mujer, la que estaba del otro lado. La que le había robado todo no la dejaba beber. No entendía como ahora pudo hacerlo. ¿Qué estaba pasando?.
Fabiana tuvo miedo. Abrió los ojos y la vió parada frente a ella observándola con aquella mirada fria y aterradora que la dejaba inmóvil. Se acurrucó en un rincón de su pequeño jardin y esperó a que volviera a desaparecer y con ella nuevamente su voluntad.
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