- ¡Max! - volvió a escuchar casi en un murmullo y de pronto ya todo era oscuridad y vacío.
Su cuerpo, otrora imponente, era arrastrado hacia el fondo de un abismo lúgubre en donde otros demonios y almas perdidas aguardaban saciar su sed de sangre pura con la irracional esperanza de volver a la vida. Así al menos les habían hecho creer ellos, cuando vendieron su alma por un poco de poder.
Tomas ya no tenía mucho tiempo, intuía que su sobrino tenía poco tiempo. Corría desesperado por entre las tumbas. Su vehículo había quedado atascado en el fango y no pudo sacarlo de ahí, por lo que no se demoró mucho en pensar hacer lo que restaba de camino a pie.
Gualberto apretaba sus puños con fuerza sobre el volante de su camioneta. Su corazón palpitaba a mil y en su cabeza no dejaban de transitar las imágenes que hacía tan solo unos momentos habían dejado a su mujer casi sin vida y que a él lo estaban volviendo loco.
Fabiana intentaba comprender lo sucedido. No tenía las fuerzas necesarias para sostener a su pequeño en brazos pero desde donde se encontraba le hablaba bajito para intentar hacerlo reaccionar. Lo hacía en un tono de voz muy bajito y en una lengua que cuando Gualberto y Cecilia la pudieron escuchar, supieron que no era la propia.
De pronto, un cuerpo se cruzó en el camino con los brazos abiertos.
- ¡Por favor Vamos de vuelta! ¡Max nos necesita! - suplicaba Tomas subiendo en la parte de atrás con los ojos colmados de dolor y angustia.
- Pero... pero... ¡Quien es usted!. Bájese de inmediato. Mi hijo no está bien. Lo llevamos a la clínica. ¡Se nos muere! - exclamó Gualberto horrorizado ya a punto de colapsar.
Entonces Fabiana lo supo. Miró a su esposo con amor y puso una mano sobre la suya.
- Ivo estará bien. Debemos volver por el muchacho. Por favor. Confía en mi
En ese momento Cecilia no dejaba de quitar la vista de Tomas y de lo que hacía con su hermano. Sus manos brillaban de una forma antinatural mientras cubrían la cabeza del pequeño.
- Pa..pá.... ¡Papá!
Gualberto desvió la mirada hacia atrás y lo vio. Su pequeño volvía a reaccionar. Sus manitas jugueteaban con los dedos de su hermana y ¿sonreía?
- Por favor, se los suplico. Ya no tenemos tiempo. ¡Ya vienen!
Fabiana se sintió de repente con más fuerzas. Se acomodó sobre el asiento mientras no dejaba de tomar las manos de Gualberto entre las suyas.
- Mi vida por favor. Debemos volver.
Él volvió a mirar por el espejo retrovisor observando el rostro de sus hijos y luego se volvió al de su mujer. No entendía nada y no estaba seguro de querer saber nada.
- ¡RÁPIDO!... ¡YA ESTÁN MUY CERCA!
- Mierda - exclamó, poniendo marcha atrás y acomodando el vehículo para llevarlo de vuelta hacia aquella tumba.
Mientras se iban acercando, el corazón de Cecilia retumbaba en sus oídos y en todo su cuerpo. Una sensación de pánico y de profundo dolor se había instalado en el centro de su pecho.
La angustia que le había provocado la repentina fiebre de su hermano le había hecho olvidar al muchacho que la había tomado entre sus brazos y la había llevado volando hasta los pies de aquel frondoso árbol.
- Max, susurró con los ojos entrecerrados y a punto de desbordarse.
- Tu me ayudarás pequeña. Él oirá tu voz
Tomas le tomaba las manos y la miraba con dulzura. Cecilia saltó sobre su asiento al sentir el contacto de aquellas manos frías pero no tuvo miedo.
De pronto el cielo volvía a encapotarse nuevamente. Las nubes parecían algo siniestro y el frío y el viento estremecían fuertemente las copas de los árboles.
Gualberto estacionó dando un fuerte frenazo y Tomas salió corriendo hacia fuera de la camioneta llevando consigo a Cecilia.
Al ver a su hija fuera de su alcance, Gualberto quiso ir por ella pero Fabiana lo retuvo.
-Déjala. Ella sabe. Ella lo logrará - le dijo con un tono de voz más audible - Quédate conmigo, por favor, no me sueltes.
Él la miraba atónito. Su cabeza giró hacia atrás, donde Ivo no dejaba de moverse relajado en su sillita. Luego volteó la mirada hacia afuera y su corazón se detuvo.
© Sam Mezylv
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