Max, lo supo de inmediato. Fabiana estaba perdiendo definitivamente su alma. Debía correr, apresurarse. Ya no quedaba tiempo.
Gualberto ya se encontraba muy cerca de ella. Su cuerpo estaba tumbado a un costado de la camioneta. Sus pies comenzaban a ponerse azules como sus bellos labios.
-¡Fabiana!
La tomó entre sus brazos y la presionó contra su pecho.
- Aquí estoy mi vida. No te dejaré de nuevo. Por favor vuelve.
Susurró contra su cuello mientras unas frías lágrimas se derramaban por sus mejillas hasta llegar a su boca. Cerró los ojos y recordó el dolor que sentía cada vez que la sabía tan cerca de él y no podía mirarla ni hablarle. Él sólo deseaba tenerla nuevamente entre sus brazos, escuchar su dulce voz y besar esos labios que lo enloquecían. Pero su indiferencia era para protegerla. Él sabía que si volvía a acercarsele, Amparito y sus amigas no dejarían de hacerle daño y él no podría estar a su lado para defenderla.
La veía tan indefensa, tan pequeña y adorable que sufría con solo imaginar que la dañaban con esas burlas tan hirientes.
Amparito se había encargado de hacerle creer que nada había tenido que ver con la pequeña broma que le habían hecho y que ella se encargaría de protegerla si él se lo pedía, pero no debía dejarla, porque de hacerlo no se haría responsable de lo que pudiera sucederle a Fabiana.
Gualberto no pudo con eso y debió ceder. Sus padres y la familia de Amparito tampoco se lo hicieron más fácil. Ellos siempre insistiendo que debían unirse para que sus familias sean aun más poderosas.
Su cabeza y su corazón eran un torbellino de ideas y sentimientos que no lograba separar entre rabia, odio, deseo, decepción y amor.
Este último fue el que lo rescató de todo aquel infierno cuando otra foto de Fabiana llegó hasta sus manos. Una que Amparito había hecho llegar hasta sus manos para hacerle ver que ella tenía otro hombre con quien ya lo había olvidado.
Amparito se daba cuenta que él no la deseaba, que no la buscaba, ni siquiera la llamaba. Ella estaba loca por él y el día del matrimonio se acercaba.
Pensó que con el tiempo a su favor aquella juvenil atracción habría quedado en el pasado. Además, con el amor propio de Fabiana por el suelo, no sería difícil conseguir toda la atención y el amor de Gualberto.
Pero aquellas fotografías no hicieron más que volver a encender una llama que jamás se apagó. La rabia y los celos lo llevaron hasta la puerta de su casa y la encaró sin previo aviso.
- Quien es él... ¿así que tan pronto te olvidaste de mi?... Por qué... ¿quien te crees que eres? Yo... yo
Gualberto la miraba embobado. Hacía tanto tiempo que no lograba poder acercarse a ella que no se había dado cuenta que ahora la tenía tomada de los brazos y a muy pocos centímetros de su boca, pidiéndole explicaciones por algo que sabía ni siquiera tenía derecho a hacer.
- Yo ... te amo
El roce de sus labios la habían vuelto a sacudir como aquella primera vez. Sus manos alrededor de su cintura, su cuerpo tan pegado al de ella que podía sentir traspasar el calor de su piel y adherirse al suyo, el mismo calor que ahora comenzaban a devolverle el alma al cuerpo, su alma.
- ¡Los zapatos! - gritó Max - sus pies continúan azules.
- Fabiana por favor vuelve a mi. ¡Te necesito!
- ¡Ayúdame! No debemos perder mas tiempo
- ¡Vete!, no se quien eres. Fabiana me necesita ahora. No la dejaré de nuevo.
Max se acercó hacia ellos ensombreciendo aun mas el lugar en donde se encontraban tirados. Su cuerpo y sus alas cubrían cualquier halo de luz que pudiera existir en aquel lugar.
- Cecilia e Ivo también los necesitan. A lo dos. ¡Levántate! ¡Ahora!
Gualberto lo hizo casi como si fuera una orden imposible de no acatar.
- ¿Dónde están los zapatos rojos que le entregué?
- No se de qué zapatos me hablas. Cómo me voy a preocupar ahora de eso. Dime, mírala, ¡la estoy perdiendo!
Max no le hizo caso y lo empujó hasta la camioneta
- Ayúdame a buscarlos... ¡rápido!
Gualberto comenzó a buscar en la parte de atrás del vehículo, mientras Max tomaba los pies de Fabiana con una de sus manos mientras con la otra cubría la superficie central de su cabeza. Cerró los ojos y respíró profundo. Inesperadamente la lluvia comenzó a cesar.
- ¡Aquí están!. ¿Estos son?
Max abrió los ojos que ya no eran verdes si no grises. Su mirada parecía confundida. No dijo nada. Sus manos comenzaron a temblar, como si estuviera luchando contra un gran imán que le impidiera mantenerlas sobre el cuerpo de Fabiana.
En su cielo todo ahora era rojo y ahí estaba. Por fin podía verlos de frente. Los culpables de que sus padres murieran en aquel accidente. Ellos, en cambio, lo miraban extrañados. Llevaban tanto tiempo en aquel limbo infernal, que no entendían qué hacía entre ellos aquel ángel. ¿Es que al fin venían por ellos? o es que ¿era al que debían arrastrar hasta su infierno para volverlos más poderosos y así conquistar más almas perdidas y desesperadas?
Max no pudo evitar temblar al verlos. Sabía que aquel día llegaría. Se había estado preparando para ello toda su vida pero ahora no podía entender por qué sentía tanto frío... y miedo.
Gualberto palideció, miró los tacones rojos y poseído por un impulso irreconocible corrió a colocarlos sobre los pies de su mujer. Los acarició con ternura, cerró los ojos y de pronto todo fue silencio.
Max miró hacia su cielo. Sabía que el embrujo había sido intervenido, ahora quedaba lo más peligroso. Serían ellos o él.